La srita. V. me escribe solicitando consejo para utilizar mejor sus domingos, los que considera aburridos. Y aunque el espacio no es para cartas, me permito transcribirla por considerarla interesante.
Sr. Calvillo:
He estado leyendo con atención sus colaboraciones de fin de semana en el diario La verdad, en los que trata asuntos relacionados con el domingo, y en virtud de que esos días son fatales para mí, decidí escribirle para platicar por escrito con usted, además de solicitarle tips para que me la pase menos aburrida. Y mire que no es fácil entrarle de lleno a contar mis cosas, sabe, los complejos hacen que una se inhiba, y finalmente no sepa por dónde entrarle. Hace apenas dos años terminé mi secundaria y ya en prepa me empecé a aburrir de lunes a viernes debido a las clases y tareas y a lo monótono de la voz de los maestros, y por eso esperaba con impaciencia los fines de semana para utilizar mi vida, y salía a caminar por el centro de la ciudad asomándome a cada aparador y cada rostro, no para conquistar, por supuesto, ni vaya usted a pensar mal de mí, sino para encontrar mujer u hombre, que me tendiera la mano en amistad y poder así platicar nuestros problemas para escuchar de otra persona su opinión sobre mí misma, y por más que se agotaban los sábados y domingos entre refresquerías y funciones de cine, no logré encontrar a nadie que realmente se preocupara por mí. No crea que nunca hubo nadie, uno que otro amigo me invitaba a charlar y a reír en pareja. Y se ha de imaginar, nos íbamos al centro de la ciudad y de allí al parque Tomás Garrido, y aunque al principio yo no sospechaba de que los hombres lo único que quieren es no perder el tiempo y aventuraban su mano rápido con el pretexto de que nunca se las amarraron de chiquitos, y finalmente tenía que marcarles el alto. No porque una sea santa o mojigata, que se espanta con todo, nada de eso, es que simplemente no tenía por qué aceptar algo que no me llamaba la atención hacer con cualquiera que estaba en esos momentos conmigo. Así que rompía la incipiente amistad. De allí me nació la terrible idea de que no puede haber amistad entre un hombre y una mujer. Y eso sí que me daba espanto, imagínese que solamente entre mujeres pudiéramos platicar nuestros problemas. Total que el amigo idealizado jamás vino a mí. Pero concreto diciéndole que poco a poco empecé a sentir estimación por mi maestro de redacción (por eso es que aprendí a redactar cartas), que afortunadamente es soltero e iniciamos charla que poco a poco se fue convirtiendo en una relación de dependencia de mí hacia él. Sin embargo lo terrible para mí es que él tiene ocupados los fines de semana y yo por más que espero recibir una invitación a salir, nada, y no es que él me ignore, nada de eso, sino que simplemente tiene otras cosas qué hacer. Por eso le escribo, señor Calvillo, para que me sugiera qué hacer. Los sábados y domingos me la paso como para llorar. A veces he pensado en dejar la escuela e irme a Mérida o Campeche, donde tengo familiares, para distraerme en viajes pero no me decido porque creo que me la voy a pasar peor lejos de mi maestro de redacción. Espero su respuesta.
Atte. Srita V.
Posdata. Le confieso que primero tuve el impulso de escribirle a la consejera del aire, esa la de la estación de radio, pero mis amigas me alertaron de que esa locutora se escribe sus cartas y ella misma se contesta. O sea que puro fraude; por eso mejor decidí escribirle a usted, que en su forma de escribir se nota que es una persona sumamente seria. Gracias por la atención. Fin.
A usted. Srita. V., gracias por la confianza. En próxima colaboración vamos a dar respuesta puntual a su muy atenta carta.
lunes, 29 de septiembre de 2008
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