lunes, 29 de septiembre de 2008

Los libros, viaje a uno mismo

En casa no había. O mas bien dicho, sólo había los libros de texto gratuito escolares de mis hermanos. Y, celosos, no me los prestaban con el temor de que los rompiera. Fue mi hermano Crecenscio, de 9 años, quien, sin conocer de didáctica, o teorías de aprendizaje, me enseñó a leer y a escribir cuando yo tenía cinco. Con esto refiero la importancia que tiene la educación pública y, por lo tanto, los libros de texto gratuitos, porque son los primeros y a veces los únicos a los que tiene acceso una gran cantidad de niños.

El profe Carlos Martínez, de primer grado, traía un libro chiquito. De allí, como algo mágico, brotaban palabras con melodía, y él, entusiasta, entonaba la voz y movía las manos y todos cantábamos en coro, alborozados. Al día siguiente volvíamos al aula a la espera de su palabra vivaz y la mirada luz, con las que nos develaba temas nuevos, y construía, junto con nosotros, otros escenarios, en los que sentíamos calor, cuando el invierno en Matamoros era cruel, rudo.
El librito que llevaba, era un cancionero del grillito cantor, Cri Cri.

Para mí, entonces, los libros eran únicamente los que nos daban en la escuela. En ellos conocí de Benito Juárez, las ovejas y la flauta de carrizo. De Miguel Hidalgo, la cerámica, la miel y los gusanos de seda. Sobre la mítica fundación de Roma cuando los hermanos Rómulo y Remo fueron amamantados por una loba. De las fábulas de Esopo.

En primaria yo estaba prendado de mi libro de español. Y eso a pesar de mis demás maestros, a excepción del profe. Carlos. Había una maestra pegalona, cuyo nombre no olvido, Alicia. Otros, indiferentes. La vida era otra cosa muy distinta a lo que se vivía en los salones. Quizá algo de historia en quinto y en sexto me llamó la atención, quizá fue la mañana, el sol de primavera o las sonrisas de las compañeritas.

Hilarino Jiménez fue mi maestro de español en secundaria. No nos obligaba a que lleváramos el mismo libro de texto, que costaba caro. A él le bastaba que fueran de la materia y del grado. Entonces mi papá los conseguía usados. El de español era un libro grueso. Venían obras de Lope de Vega, Quevedo, Miguel Hernandez, de Antonio Machado, García Lorca, de Cortázar, Borges, Rulfo, Nervo, Arreola, Paz, Fuentes, y otros que sería complejo intentar ennumerarlos. Yo navegaba entre el mar de imaginación. Palabra a palabra el ritmo tanto de la poesía como de la prosa, se iba metiendo en nuestro ánimo para ya no salir nunca más.

En la casa, dije, no había libros. Pero se leía. No literatura, que finalmente en nuestra sociedad, hasta ahora, es asunto de una élite. Devorábamos comics. Pasaron por nuestras vidas las distintas historietas de Lágrimas y Risas. Las aventuras de Memín Pinguin y sus amigos. Tarzán en las lianas de selva. Superman y la debilidad ante la kriptonita. Chanoc y Tsekub. Ah, y Kalimán en el papel del verdadero Kaliman con su inseparable compañero Solín, a quien solía decir con frecuencia “¡Esperra!, amigo Solín, serenidad y paciencia; el que domina la mente lo domina todo”.
Mi padre llegaba por las tardes con la revista en la mano. Y rigurosamente él era el primero en el orden de la lectura, para que después le pasáramos todos encima con rapidez y al rato la llevábamos a rentar a las casas de los vecinos, quienes igual nos recibían gustosos.

En la escuela Normal nos pidieron en la materia de Español y su didáctica, como libro obligatorio, El llano en llamas, de Rulfo. Nos dijo el profe. “ningún nuevo maestro de primaria deberá llegar a las comunidades rurales sin haber leído mínimo el libro de Juan Rulfo”. Y hay otros muchos libros donde tendrán que asomarse y vivir en la literatura, lo que vivirán en la vida real.
Y nosotros, muchachos de 16 años recorrimos las diversas comunidades del país en las páginas luminosas de varios escritores.

Mi influencia para acercarme a la lectura fue también de amigos:
Bogar, compañero de grupo en la normal me acercó a Rius y sus infatigables monitos.
Oscar Eligio, lider de palabra e ideas, leía Proceso y tenía la colección completa. Me asomaba yo a algún ejemplar y veía los subrayados y me asomaba a la historia del presente, textos de Heberto Castillo y caricaturas de Naranjo. Luego se desprendió –Eligio- generosamente de varios libros y a mi me regaló la biografía en tres tomos de Leon Trostky, escrita por Isaac Deutcher: El profeta armado; El profeta desarmado y El profeta desterrado.
Oscar Eligio junto con Joel Valle andaban en asuntos de oratoria y por las noches llegaban a casa a practicar los discursos con los que participarían en los concursos cercanos. Ellos citaban a los pensadores griegos o romanos, a Martí, en algo así como que el hombre es la medida de todas las cosas, nadie se baña dos veces en el mismo río y el terco pensador cubano que dice que hacer es el mejor modo de decir.

Ah los libros. Apenas dos años después de que egresamos de la normal, quizá andaríamos por los 21 años, cuando el mismo Oscar Eligio nos sugirió leer a Milan Kundera: La broma, La vida está en otra parte y la Insoportable levedad del ser.

Estábamos en la biblioteca de la escuela Normal en una reunión del consejo editorial para publicar nuestro periódico El Opositor. Intercambiábamos palabras en orden sobre contenidos que tendría nuestra nueva edición. Sentí que una mano suave me tocó al hombro. Era Isabel, amiga linda, quien me llamaba para mostrarme un libro. Y en él un poema: poema 20 de Pablo Neruda. “…ya no la amo, o tal vez la amo, en noches como esta la tuve entre mis brazos…”; etc.

Caray, insospechados rumbos tiene la lectura, sobretodo cuando las rutas de cada uno son distintas en tiempo, caricias y circunstancias.

Los tenemos para todas las edades. Los hay de cocina, astronomía, medicina, brujería, duendes, y dioses. Los hay de cuentos, novelas, poemas y numerología. Sobre política, corrupción, caricaturas. Los hay sobre cocina, modelaje, dibujo y ajedrez. De computación, historias de casas de cita, cómo preparar una buena bebida, hacer guiones de cine y filtros para el amor. De cómo se prepara una fiesta de quince años y como defenderse ante situaciones de insomnio o de divorcio. De cómo cuidar la piel. De la mejor manera para pescar brujitas adorables de cuerpo sinuoso.
Los hay de aerobics, pistoleros y de cursis historias románticas. De fotografía, de construcción y de dibujo. Hay instructivos para amar, desarmar y construir alas como las de Icaro.
Los hay de todo lo que la imaginación ha creado y pueda crear en el vuelo de la humanidad.

No hay comentarios: